domingo, 5 de mayo de 2013

LA PRESENCIA DEL MAÍZ EN LOS IMPUESTOS RELIGIOSOS


Hace unos días escuchábamos  en una televisión nacional que los curas de algunas  parroquias gallegas querían restablecer el impuesto eclesiástico denominado la oblata. Se trataría de compensar el descenso de las limosnas derivado de la crisis económica con este impuesto de origen medieval.
 
Al parecer y nos hemos enterado leyendo la prensa local gallega de esos días, el impuesto todavía está vigente en algunas aldeas de la Costa da Morte, cobrándose en metálico entre 5 y 30 euros.
 
 
Sin embargo, en sus orígenes y a partir del siglo XVII en la que se inició la plantación del maíz, el impuesto se pagaba con  maíz y con huevos. Concretamente la oblata consistía en entregar a la institución eclesiástica 7 kilogramos de maíz y una docena de huevos por familia  y año.
 
Hemos traído esta entrada a colación para verificar la importancia que tuvo una gramínea foránea, como recurso para pagar impuestos, en nuestro país. Algunos expertos  sostienen que la llegada del maíz  a la cornisa  cantábrica supuso para el campesinado de la zona, el  que, por primera vez, dispusiesen de excedentes, dado los altos rendimientos que tenía.
 
Conocemos su existencia, gracias a los inventarios de bienes o contabilidades de instituciones eclesiásticas y casas nobles. Cuando fallecía alguien de cierto estatus se realizaba un inventario de sus bienes para adjudicar la herencia, y en él se detallaban las fincas, los muebles, los aperos de labranza, los animales y también el stock de cereales existente en arcas y paneras del difunto.
 
Tipo de arcón donde se guardaba el grano
 
Los monasterios cobraban rentas de la tierra y diezmos a los campesinos. Estos recibían  el diezmo completo –el 10 % de las cosechas–  y rentas en especie por el cultivo de sus tierras, que en este caso eran también proporcionales a la cosecha, cuartos y quintos

 
Es decir, los campesinos tenían que pagar a las instituciones religiosas, cada año, entre un 30 y un 35 % de su producto. El 10 % del diezmo más el 20 % o el 25 % de la producción en concepto de renta, según fuese el cuarto o el quinto. El producto según zonas era preferentemente maíz.


Estas rentas, pagadas también a la nobleza local, fue lo que propició durante el siglo XVIII un boom constructivo en torno a iglesias, ermitas y casonas señoriales.  En definitiva se puede afirmar que la explosión constructiva de ese siglo se debe a un grano, que traído de América, revolucionó la agricultura desde el País Vasco hasta Galicia.
 

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