Hace unos días escuchábamos en una televisión nacional que los curas de
algunas parroquias gallegas querían
restablecer el impuesto eclesiástico denominado la oblata. Se trataría de compensar el descenso de las limosnas
derivado de la crisis económica con este impuesto de origen medieval.
Al parecer y nos hemos enterado leyendo la prensa local
gallega de esos días, el impuesto todavía está vigente en algunas aldeas de la Costa da Morte, cobrándose en metálico
entre 5 y 30 euros.
Sin embargo, en sus orígenes y a partir del siglo XVII en la
que se inició la plantación del maíz, el impuesto se pagaba con maíz y con huevos. Concretamente la oblata
consistía en entregar a la institución eclesiástica 7 kilogramos de maíz y una
docena de huevos por familia y año.
Hemos traído esta entrada a colación para verificar la
importancia que tuvo una gramínea foránea, como recurso para pagar impuestos, en nuestro país.
Algunos expertos sostienen que la
llegada del maíz a la cornisa cantábrica supuso para el campesinado de la
zona, el que, por primera vez,
dispusiesen de excedentes, dado los
altos rendimientos que tenía.
Conocemos su existencia, gracias a los
inventarios de bienes o contabilidades de instituciones eclesiásticas y casas
nobles. Cuando fallecía alguien de cierto estatus se realizaba un inventario de
sus bienes para adjudicar la herencia, y en él se detallaban las fincas, los
muebles, los aperos de labranza, los animales y también el stock de cereales existente en arcas y paneras del difunto.
Tipo de arcón donde se guardaba el grano |
Los monasterios cobraban rentas de
la tierra y diezmos a los campesinos. Estos recibían el diezmo completo –el 10 % de las
cosechas– y rentas en especie por el
cultivo de sus tierras, que en este caso eran también proporcionales a la
cosecha, cuartos y quintos
Es decir, los campesinos tenían que pagar a las instituciones religiosas, cada
año, entre un 30 y un 35 % de su producto. El 10 % del diezmo más el 20 % o el
25 % de la producción en concepto de renta, según fuese el cuarto o el quinto.
El producto según zonas era preferentemente maíz.
Estas rentas, pagadas también a la nobleza local, fue lo que
propició durante el siglo XVIII un boom
constructivo en torno a iglesias, ermitas y casonas señoriales. En definitiva se puede afirmar que la
explosión constructiva de ese siglo se debe a un grano, que traído de América,
revolucionó la agricultura desde el País Vasco hasta Galicia.
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