El pasado viernes,
aprovechando el día extraordinario que hizo, nos recorrimos el viejo camino
medieval que unía La Hermida, con los pueblos altos de Peñarrubia, en la zona
del monte Hozarco.
Este monte aloja un
bosque mixto de hayas -Fagus sylvatica- en la parte alta, mientras en la
baja la componen extraordinarios rodales de castaños -Castinea sativa- centenarios.
Frente a la esbeltez de los primeros, los segundos han sido trasmochados a unos
cuatro metros de altura, para impedir su crecimiento en altura y favorecer su desarrollo
lateral, a fin de poder aprovecharlos.
En el recorrido nos
encontramos a ambos lados unas construcciones circulares, la mayoría de ellas
en buen estado, construidas en piedra seca de unos 1,5 m. de altura, de unos
2,5 metros de diámetro y dotados de unas portadas de acceso muy estrechas.
Estas construcciones se llaman carriles en Cantabria, cuerries en
Asturias o ericeras en Navarra.
Estas edificaciones eran lugares habilitados en los castañares como almacenes de castañas envueltas
en sus erizos, que las protegen. El sistema consistía en que, una vez vareadas,
eran recogidas del suelo mediante unas pinzas de madera, para depositarlas en
los cestos. Estos eran trasladados a los carriles para, una vez llenos, cubrirles
con helechos y ramas secas, a fin de protegerles de los animales silvestres.
Esta forma de almacenar las castañas permitía mantenerlas en buen estado de conservación durante unos cuatro o cinco meses. Se vareaban en octubre y podían conservarse hasta la primavera. De esta manera, según las necesidades, se iban sacando por la portada, lo que permitía disponer de un alimento muy energético.
En nuestro recorrido hemos visualizado una decena de ellos. La mayoría en buen estado y el resto algo deteriorados, que cuesta reconocerlos. Observando el castañar como un espacio económico, se puede afirmar que el castañar del Monte Hozarco, ha facilitado en tiempos pasados y durante una larga época, una importante alimentación a los vecinos de Linares, Piñeres y de Navedo, a juzgar por el número de castaños existentes y por el buen número de carriles, para su almacenamiento.
Conservar, e incluso recuperar
algunos carriles en no muy buen estado, parece obligado; son elementos de
nuestra arquitectura popular. Si además podemos
explicar in situ, cómo funcionaba ese espacio económico en torno al castañar, donde nuestros antepasados perseguían su seguridad alimentaria, sería para nota.